PIFUCIO Y EL TOMATE

RESULTA QUE Pifucio era un nene un poco raro. No le gustaban las golosinas, pero le encantaba la sopa. Le ponía azucar a las empanadillas de tomate, y sal a la leche con Cola-cao. Le gustaban las verduras y no la carne.
No le gustaba tirarse a la piscina, pero sí bañarse y lavarse las orejas. Cuando dormía ponía los pies en la almohada y la cabeza en el colchón. Un día se equivocó y se puso la chaqueta del papá como pantalón, y no se dio cuenta en un rato largo.
Un día, Pifucio se hizo amigo de un... tomate.Estaba sentado en el suelo jugando con el tomate, haciéndolo rodar y girar, mirándolo y pasándolo de una mano a otra.
La mamá le preguntó que hacía, y él le dijo:
- Juego con mi amigo Tomate, mamá.
- ¿Y cómo puedes ser amigo de un tomate? ¿No ves que no habla y no se mueve? - dijo la mamá.
- ¿Y que importa? ¿No puedo quererlo igual? - protestó Pifucio.
- Es que los niños no son amigos de las cosas - respondió la mamá. Son amigos de otros niños, de algunas personas mayores, de un perrito o un gatito. Pero de un tomate... es de lo más raro.
Pifucio se quedó pensando un rato. Un amigo suyo decía que era amigo de Superman, otro era amigo de un oso de peluche, y otro de una nena de tercer grado. ¿Entonces, qué tenía de raro un tomate?
Esa noche Pifucio se llevó el tomate a la cama, y durmió con él. Ocupaba mucho menos lugar que el oso, y ya tenía bastante olorcito a tomate.
Durante el día la mamá insistió en guardarlo en la nevera, y Pifucio lo envolvió en una servilleta para que no tuviera frío.
Pero el tomate estaba bastante blandito, se puso negro en un lado y le salió una pelusita blanca en la panza.
Pifucio se preocupó y le pidió a la mamá que llamara al médico.
- No hay médico de tomates - le respondió la mamá.
- Entonces llama al veterinario - pidió Pifucio.
- No hay veterinario de tomates - dijo la mamá.
- Entonces al verdulero - insistió Pifucio.
- Los verduleros no hacen visitas a la casa de la gente como los médicos. - explicó la mamá.
Entonces la mamá lo sentó en la mesa y le contó que su tomate se estaba pudriendo, y que eso es lo que le pasa a todos los tomates, y que había que tirarlo a la basura, y que si seguía diciendo que el tomate era su amigo estaba loquito.
Pifucio lloró un poco, y aceptó que su mamá tenía razón.
Al día siguiente fue a abrir la nevera para ver de que otra verdura se podía hacer amigo. Pero la mamá se adelantó, y antes de que Pifucio se hiciera amigo de nada, lo llevó al parque.
Allí jugó un rato largo en el arenero, y al final se hizo amigo de un cubo de plástico, de una palita, de un rastrillo y de la dueña de las tres cosas, que era una nena muy simpática.
http://pacomova.eresmas.net (con pequeños retoques)